Enseñar no es combatir marzo 9, 2009
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La Edad de la Tierra (I): lo que los árboles nos cuentan marzo 9, 2009
Posted by Manuel in biologia, ciencia, creacionismo, divulgación científica, escepticismo, evolucion, geología, microbiologia, paleontología.Tags: botanica. paleobotanica, dendrocronología
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Parece mentira que a estas alturas, ¡estamos en el siglo XXI!, todavía haya quien insista que la Tierra (y el universo) sólo tienen 6.000 años. Y las personas que dicen eso, ¿qué pruebas científicas tienes, que evidencias astronómicas, que restos del pasado?. La verdad es que ninguna, todo lo basan en sus propios cálculos tomados a partir de sus propia interpretación de una de las traducciones de un libro escrito hace más de 3.000 años. ¡Genial!. A esta gente, aunque digan lo contrario, no le importa en absoluto la ciencia, ni la evidencias científicas. Por tanto no dudan en plantear una confabulación universal de biólogos, geólogos, físicos, arqueólogos, paleoantropólogos e historiadores contra ellos. En fin, en la sección de conspiranoicos ya tenemos la Sociedad de la Tierra Plana, los perseguidores de platillos volantes por todo el planeta o la Sociedad de la Tierra Hueca, por tener tres ejemplos. Hay que reconocer que los creacionistas dentro de este grupo tienen solera. Además últimamente se han unido a la demencia de hacer museos. Ahora tenemos el museo de Roswell (Nuevo Mexico) dedicado a los extraterrestres o el museo de las afueras de Cincinnati dedicado al creacionismo. Dos grandes monumentos a la pseudociencia.
¿Y qué pruebas tiene la ciencia para decir que la Tierra es antigua?. Pues tiene muchas y muy diversas. Las revistas creacionistas cargan las tintas sobre el método de datación por radioisótopos, pero esa es sólo una de ella (habrá un artículo sobre ella otro día). Un dato muy bien ocultado por los creacionistas fueron los cálculos efectuados por lord Kelvin. ¿Por qué lo ocultan?. Lord Kelvin fue un serio oponente a la teoría de la evolución de Darwin. Por ello, los creacionistas YECs actuales le tienen gran aprecio, eso sí olvidándose de un dato. Y ese dato es que Kelvin era por encima de todo un buen físico, que precisamente para encontrar una prueba contra evolución, intentó calcular la edad de la Tierra. Esto será objeto de un futuro artículo. Decir aquí simplemente que Kelvin afirmó que la Tierra tenía entre 20 y 20 millones de años. Qué lejos quedan esos 6.000 años. Y su valor fue muy bajo debido a que no conocía las corrientes de convección del núcleo terrestre. Pero eso es otra historia.
Hay mucha literatura científica que explica cómo calcular la edad de un objeto, la gran mayoría depositada en revistas especializadas. Pero también hay algunas obras de divulgación. Yo destacaría dos de ellas. La primera lleva por título “Huesos, piedras y estrellas. La datación científica del pasado”. Su autor es Chris Turney, geólogos británicos que en la actualidad trabaja en la Universidad de Wollongong, Australia. El segundo libro por título “Orígenes” y ha sido escrito por el astrofísico Matthew Hedman que trabaja en la Universidad de Cornell y en la actualidad participa en el proyecto de la sonda Cassini para la NASA.
La primera prueba de la antigüedad de la Tierra no nos va a alejar demasiado del presenta. Nos va a llevar hasta 10.000 a.C. (hace unos 12.000 años). Este dato multiplica por dos el que nos da Answer in Genesis en su particular interpretación del Génesis. Esta prueba experimental se denomina dendrocronologia.
La dendrocronología, o datación por los anillos de los árboles, es un método científico de datación basado en el análisis del patrón de crecimiento de los anillos de los árboles. Esta técnica fue inicialmente desarrollada durante el siglo XX por A. E. Douglass, fundador del Laboratory of Tree-Ring Research (Laboratorio de Investigación de los Anillos de los Árboles) en la Universidad de Arizona. Gracias a ella, es posible fechar de forma exacta la edad de la madera.
Muchos árboles de zonas templadas del planeta generan, bajo la corteza, un anillo de crecimiento cada año. Durante toda la vida del árbol, se forma un registro anual que refleja las condiciones climáticas en las cuales ha crecido. Una humedad adecuada y una estación de crecimiento prolongada producen anillos anchos. Un año de sequía produce uno muy estrecho. Los árboles de la misma región tienden a desarrollar, para un mismo periodo, los mismos patrones de espesor de los anillos. En árboles que han crecido en la misma área geográfica y bajo similares condiciones climáticas, estos patrones pueden ser comparados y emparejados anillo a anillo. De esta manera pueden establecerse cronologías al unir los patrones de árboles que han vivido en periodos anteriores. Así, una madera antigua puede ser emparejada con cronologías conocidas (una técnica denominada datación cruzada) y su edad determinada de forma precisa. En un principio, la datación cruzada se hacía de forma visual. Actualmente, los ordenadores se encargan de efectuar el emparejamiento estadístico.
Para eliminar variaciones individuales en el crecimiento del árbol, los dendrocronólogos toman la media del espesor de los anillos de varios árboles y forman una historia anular. Este proceso se denomina réplica. Una historia anular que empieza y termina en fechas desconocidas se denomina cronología flotante. Para anclarla en el tiempo, debería hacerse coincidir la sección inicial o final de la misma con otra historia cuyas fechas fueran conocidas. Existen cronologías que retroceden en el tiempo más de 10.000 años para robles de la ribera de ríos del sur de Alemania (el Rhin y el Meno). El pino bristlecone (Pinus longaeva) de las White Mountains (California, EEUU) ha proporcionado una cronología que se extiende más de 8.500 años.
Pie figura: Idea básica de la dendrocronología. Fragmentos de madera de (A) un árbol vivo, (B) un árbol muerto, y (C) una viga de una casa que se levantó en la misma región donde se encontraron los árboles. Ajustando las pautas de muchos fragmentos, tanto de árboles vivos como muertos, el registro puede extenderse tiempos lejanos en el pasado.
De esta forma los paleobotánicos y los arqueólogos nos dicen que la Tierra tiene al menos unos 10.000-12.000 años. Los creacionistas pueden hacer dos cosas. Incluirlos en la listas de enemigos (personas a ser quemadas en el infierno, sus libros quemados en un lugar más terrenal, y sus enseñanzas olvidadas), o ponerse a trabajar de una vez para demostrar científicamente sus hipótesis. Es muy fácil vivir de la sopa boba.
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