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Oda a Darwin julio 2, 2008

Posted by Manuel in ciencia, divulgación científica, educación, evolucion, historia de la ciencia, sociedad.
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Estos poemas escritos por Gaspar Núñez de Arce (1834-1903) en 1872 muestran el calado que la teoría de Darwin tuvi en la sociedad ilustrada española. Para entender mejor esta pieza os dejo la biografía de este escritor (extraída de la wikipedia): Hijo de un modesto empleado de correos, fue destinado a la carrera eclesiástica, que rechazaba profundamente. Entró en el mundo de las letras al estrenar la pieza teatral Amor y orgullo en Toledo en 1849; a despecho de su padre, se opuso a ingresar en el seminario diocesano y se fugó a Madrid. Allí entró en la redacción de El Observador, un periódico liberal, e inició algunos estudios. Después fundó el periódico El Bachiller Honduras, que toma nombre del seudónimo que adoptó para firmar sus artículos, y donde abogó por una política que unificase las distintas ramificaciones del liberalismo.
Estuvo como cronista en la Campaña de África (1859–1860) y se fue implicando en la vida política; fue puesto en prisión en Cáceres a causa de sus violentos ataques contra la política conservadora del general Narváez. Cuando cayó Isabel II, fue elegido secretario de la Junta Revolucionaria de Cataluña y redactó el Manifiesto a la Nación publicado por el gobierno provisional el 26 de octubre de 1868. Fue también gobernador civil de Barcelona, diputado por Valladolid en 1865 y ministro de Ultramar, Interior y educación en el partido progresista de Sagasta; fue nombrado senador vitalicio en 1886; su salud le impelió a dejar la actividad política en 1890. Entró en la Real Academia de la Lengua el 8 de enero de 1874.
Empezó a escribir teatro en colaboración con Antonio Hurtado, después empezó a escribirlo sólo; destaca especialmente el drama histórico, El haz de leña (1872), sobre Felipe II y el príncipe don Carlos, donde no sigue la leyenda negra y procura mantenerse fiel a la realidad histórica; en esta obra, sin embargo, domina el valor poético sobre el teatral. Escribió además Deudas de la honra (1863), Quien debe paga (1867), Justicia providencial (1872) y otras obras.
En su producción poética, sin embargo, consolidó una obra mucho más importante y que alcanzó gran repercusión: Gritos del combate y Raimundo Lulio, este último en tercetos, fueron publicados en 1875; en el primero, tal vez su libro poético más famoso, figuran las piezas «A Darwin», «A Voltaire», «La duda», «Tristeza» y «El miserere», de las más famosas del autor. La última lamentación de Lord Byron, en octava real, La selva oscura, inspirada en Dante Alighieri, y El vértigo, en décimas, son de 1879. La visión de fray Martín (1880), La pesca (1884), donde se declara un gran amante y observador de la naturaleza, Maruja (1886), de inspiración sentimental, etc. son otros importantes libros poéticos. Dejó inacabados Luzbel y Hernán el lobo (1881). Sus poemas históricos se diferencian de los románticos en que no tratan de describir ambientes, quizá por influjo del monólogo dramático de Robert Browning.
Sus escritos teóricos, principalmente su Discurso sobre la poesía, leído el 3 de diciembre de 1887 en el Ateneo científico y literario de Madrid, y reproducido más tarde al frente de la segunda edición de Gritos del combate (primera ed. en 1875) con ampliaciones, lo muestran como un poeta muy consciente de la misión del escritor en la sociedad como poeta cívico, y de amplia instrucción tanto en poesía clásica española como extranjera, en especial anglosajona. Define la poesía como «Arte maestra por excelencia, puesto que contiene en sí misma todas las demás, cuenta para lograr sus fines con medios excepcionales: esculpe con la palabra como la escultura en la piedra; anima sus concepciones con el color, como la pintura, y se sirve del ritmo, como la música». Su obra es muy amplia y diversa, e incluye desde los epigramas de Humoradas a poemas valientemente pacifistas y otros en donde expresa la crisis de su fe religiosa. Su poesía recuerda en ciertos momentos la de García Tassara; con dolor y pesimismo ve la marcha del mundo hacia la destrucción y el caos y fustiga los males de la época. Fue un gran artífice del verso, cuya forma le obsesionaba verdaderamente, negándose a la inspiración apresurada.
Su estilo busca conscientemente la sencillez expresiva y rehuye conscientemente la retórica tanto como Campoamor, pese a lo cual no incurre en el prosaísmo de este autor: «¿Hay acaso nada tan ridículo como la prosa complicada, recargada de adornos, disuelta en tropos…? (…) Lo declaro con franqueza: nada tan insoportable para mí como la prosa poética, no expresiva, sino chillona…». Sostuvo, sin embargo, como éste, que el ritmo lo era todo en el verso, ya que «suprimir el ritmo, el metro y la rima, sería tanto como matar a traición a la poesía». Esta tendencia a usar lo cotidiano del lenguaje será su principal aportación, como la de Ramón de Campoamor, a la poesía posterior, y a través de Miguel de Unamuno hará posible la existencia de Antonio Machado. Al hablar de Robert Browning, dice: «los poetas… no deben escribir para ser explicados, sino para ser sentidos», y aquí tenemos otra de las características de su poesía: el predominio de lo sentimental sobre lo racional, de las sensaciones sobre los conceptos.

A Darwin

I

¡Gloria al genio inmortal! Gloria
al profundo
Darwin, que de este mundo
penetra el hondo y pavoroso arcano!
¡Que, removiendo lo pasado incierto,
sagaz ha descubierto
el abolengo del linaje humano.

II

Puede el necio exclamar en su locura:
«¡Yo soy de Dios hechura!»
y con tan alto origen darse tono.
¿Quién, que estime su crédito y su nombre,
no sabe que es el hombre
la natural transformación del mono?

III

Con meditada calma y paso a paso,
cual reclamaba el caso,
llegó a tal perfección un mono viejo;
y la vivaz materia por sí sola
le suprimió la cola,
le ensanchó el cráneo y le afeitó el pellejo.

IV

Esa invisible fuerza creadora,
siempre viva y sonora,
música, verbo, pensamiento alado;
ese trémulo acento en que la idea
palpita y centellea
como el soplo de Dios en lo creado;

V

hablo de Dios, porque lo exige el metro,
mas tu perdón impetro
(¡oh formidable secta darviniana!)
Ese sonido como el sol fecundo,
que vibra en todo el mundo
y resplandece en la palabra humana;

VI

esa voz, llena de poder y encanto,
ese misterio santo,
lazo de amor, espíritu de vida,
ha sido el grito de la bestia hirsuta,
en la cóncava gruta
de los ásperos bosques escondida.

VII

¡Ay! Si es verdad lo que la ciencia enseña,
¿por qué se agita y sueña
el hombre, de su paz fiero enemigo?
¿A qué aspira? ¿Qué anhela? ¿Qué es, en suma,
el genio que le abruma?
¿Fuerza o debilidad? ¿Premio o castigo?

VIII

Honor, virtud, ardientes devaneos,
imposibles deseos,
loca ambición, estéril esperanza;
horrible tempestad que eternamente
perturbas nuestra mente,
con acentos de amor o de venganza;

IX

conciencia del deber que nos oprimes,
ilusiones sublimes
que a más alta región tendéis el vuelo:
¿Qué sois? ¿Adónde vais? ¿Por qué os sentimos?
¿Por qué crimen perdimos
la inocencia brutal de nuestro abuelo?

X

Ajeno a todo inescrutable arcano,
nuestro Adán cuadrumano
en las selvas perdido y en los montes,
de fijo no estudiaba ni entendía
esta filosofía
que abre al dolor tan vastos horizontes.

XI

Independiente y libre en la espesura,
no sufrió la amargura
que nos quema y devora las entrañas.
Dábanle el bosque entretejidas frondas,
el río claras ondas,
aire sutil y puro las montañas;

XII

la tierra, a su elección, como en tributo
dulce y sabroso fruto,
música el viento susurrante y vago;
su luz fecunda el sol esplendoroso,
la noche su reposo
y limpio espejo el cristalino lago.

XIII

En su pelliza natural envuelto,
gozaba alegre y suelto
de su querida libertad salvaje.
Aún no grababa figurines Francia,
y en su rústica estancia
lo que la vida le duraba el traje.

XIV

Desconoció la púrpura y la seda
no inventó la moneda
para adorarla envilecido y ciego,
ni se dejó coger, como un idiota,
por una infame sota
en la red del amor o en la del juego.

XV

No turbaron su paz ni su apetito
este anhelo infinito,
esta pena tan honda como aguda.
¡Ay! ni a pedazos le arrancó del alma
su candorosa calma,
el demonio implacable de la duda.

XVI

Y en esas lentas y nocturnas horas
negras, abrumadoras,
en que la angustia nos desgarra el pecho,
con tu mirada impenetrable y triste
nunca te apareciste
¡oh desesperación! junto a su lecho.

XVII

No buscó los laureles del poeta,
ni en su ambición inquieta
alzó sobre cadáveres un trono.
No le acosó remordimiento alguno.
No fue rey, ni tribuno,
¡ni siquiera elector!… ¡Dichoso mono!

XVIII

En la copa de un árbol suspendido
y con la cola asido,
extraño a los halagos de la fama,
sin pensar en la tierra ni en el cielo,
nuestro inocente abuelo
la vida se pasó de rama en rama.

XIX

Tal vez enardecida y juguetona,
alguna virgen mona
prendiole astuta en sus amantes lazos,
y más fiel que su nieta pervertida,
ni le amargó la vida,
ni le hirió el corazón con sus abrazos.

XX

Y allí, bajo la bóveda azulada,
en la verde enramada,
a la sonora margen de los ríos,
adormecidos con los trinos suaves
de las canoras aves,
ocultas en los árboles sombríos;

XXI

allí donde la gran Naturaleza
descubre la belleza
de su seno inmortal, siempre fecundo,
en deliquios ardientes y amorosos,
los dos tiernos esposos
engendraron al árbitro del mundo.

XXII

¡Al árbitro del mundo!… ¡Qué sarcasmo!
Perdido el entusiasmo,
sin esperanza en Dios, sin fe en sí mismo,
cuando le borre su divino emblema,
esa ciencia blasfema,
como la piedra rodará al abismo.

XXIII

Caerá de sus altares el Derecho
por el turbión deshecho;
la Libertad sucumbirá arrollada.
Que cuando el alma humana se obscurece,
sólo prospera y crece
la fuerza audaz, de crímenes cargada.

XXIV

¡Ay, si al romper su religioso yugo,
gusta el pueblo del jugo
que en esa ciencia pérfida se esconde!
¡Ay, si olvidando la celeste esfera,
el hijo de la fiera
sólo a su instinto natural responde!

XXV

¡Ay, si recuerda que en la selva umbría
la bestia no tenía
ni Dios, ni ley, ni patria, ni heredades!
Entonces la revuelta muchedumbre
quizás, Europa, alumbre
con el voraz incendio tus ciudades.

XXVI

¡Batid gozosos las sangrientas manos
déspotas y tiranos!
Ya entre el tumulto vuestra faz asoma.
Que el hombre a la razón dobla su frente;
mas sólo el hierro ardiente
la hambrienta rabia de las fieras doma.

24 de diciembre de 1872

El darwinismo en España junio 30, 2008

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El otro día buceando en la biblioteca de mi barrio, una de mis pasiones favoritas, me encontré con un libro muy interesante: “El darwinismo en España” editado por Diego Nuñez, Editorial Castalia. Es un libro algo antiguo (1969), con lo que no sé si todavía circula. Este volúmen resume cómo fue acogida la teoría de la evolución de Charles Darwin, y no sólo desde el punto de vista biológico, sino también la corriente filosófica que generó, el evolucionismo.

Charles Darwin en su libro “El origen de las especies” afirmó: “Como todas las formas vivientes son los descendientes directos de las que vivieron mucho tiempo antes de la época cámbrica, podemos estar seguros de que jamás se ha interrumpido ni una sola vez la sucesión ordinaria por generación, y de que ningún cataclismo ha desolado el mundo entero. Por tanto, podemos contar con alguna confianza con un porvenir seguro de gran duración. Y como la selección natural obra solamente por y para el bien de cada ser, todos los dones corporales e intelectuales tenderán a progresar hacia la perfección”. Esta sentencia inundó de un sentimiento de entusiasmo y satisfacción a aquellas personas que pensaban en el desarrollo histórico, que encontraban una posición naturalista y un apoyo científico para desarrollar lo que llamaron el evolucionismo.

La filosofía adoptó criterios cientifistas, con Specer como máximo exponente. La biología se convierte en una ciencia tan atractiva como la física a finales del siglo XIX. Además, en esa época la mejora de los resultados médicos hacen vislumbrar una capacidad ilimitada de la especie humana, e incluso la posibilidad hiperbólica de engendrar un tipo de hombre superior al entonces conocido, como se vislumbra en la filosofía de Nietzsche. El evolucionismo va más allá de la obra de Darwin, transformándose en una corriente social que lleva incluso a argumentar cierta praxis políticas basadas en criterios cientifistas.

El libro que aquí os presento estudia precisamente el evolucionismo, la derivación filosófica de la teoría de la evolución, así como las diferentes corrientes políticas que basaron algunas de sus actuaciones en el desarrollo científico de finales del siglo XIX y principios del XX. En él se presentan textos de personajes ilustres españoles que glosan, ya sea a favor o en contra de esta teoría. Así el profesor Antonio Machado y Núñez (abuelo del poeta) fue uno de los primeros en hablar de evolución en España en sus clases de Historia Natural de la Universidad de Sevilla, y Rafael García Álvarez, catedrático de Historia Natural en el Instituto de Segunda Enseñanza de Granada fue uno de los principales difusores del darwinismo en España.

No cabe duda de que la teoría de la evolución marcó el inicio del curso en diversas universidades españolas, así José Planellas Giralt, catedrático de Historia Natural de la Facultad de Ciencias afirmó en el discurso de apertura del curso 1859-1860: “existe una ley de progreso indefinido que ha de someterse a la indudable certeza de las verdades reveladas”, o del catedrático de Medicina Francisco Flores Arenas, que trató en la apertura del curso 1866-1867 en la Universidad de Sevilla, acerca de si “el hombre es de una naturaleza superior a la de los demás animales”.

En el libro se presentan además textos donde se expone la opinión de personajes públicos de la época acerca de la TE, como Antonio Cánovas del Castillo, José de Letamendi, y otros hombres y mujeres que formaron parte de un agitado debate de impulsores y detractores de las teorías de Darwin a finales del siglo XIX en España. Otro día pondré algún texto significativo de alguna de estas personas y que recoge el libro aquí comentado.

El libro termina con una carga de información/humor negro (muy “tipical spanish”) digna de mención: cómo se recogió la muerte de Darwin en diversos medios. Os copio algunas:

El correo catalán (carlista), Barcelona 26 de abril de 1882:

“Ha muerto esta semana el célebre naturalista Charles Robert Darwin, a la edad de setenta y tres años, después de haber prestado con sus trabajos grandes servicios al materialismo. En 1833 hizo un viaje de circunnavegación, en 1839 se casó con la hija del ceramista Wegdwood, y deja escritas muchas obras.”

La Ilustración Católica, num. 40, 27 de abril de 1882

“El día 20 falleció en Londres, a la edad de setenta y un años, Carlos Darwin, principal autor del sistema transformista que lleva su nombre, y que tantos estragos está causando en las inteligencias educadas a la moderna”.

La Unión (diario de Unión Católica), 21 de abril de 1882:

“El telégrafo anuncia la muerte del sabio inglés Carlos Darwin, cuya celebridad infausta habrá llegado seguramente a oídos de nuestros lectores (…)”.

El Día (diario liberal independiente), 21 de abril de 1882:

“Un telegrama de Londres anuncia que ayer falleció el famoso naturalista y fisiólogo inglés Carlos Darwin. (…) Con ser Darwin un simple naturalista, ha ejercido poderosa influencia en todas las ramas del saber. La filosofía y las ciencias morales se han transformado aplicando las tres famosas leyes de la lucha por la existencia, la herencia y la influencia del medio al desarrollo de las sociedades. Sea cualquiera el juicio que se forme de la doctrina evolucionista, tendrán todos que reconocer en Carlos Darwin una altísima inteligencia, una actividad incansable y un celo sin límites para el desenvolvimiento de la ciencia.

El Motín (semanario satírico de carácter librepensador), 23 de abril de 1882:

Ha muerto Darwin, el que averiguó que el hombre viene del mono. Yo, siguiendo su sistema, estoy terminando un libro que demuestro que el neo (se refiere a los neocatólicos) descienden de un animal que habló una vez, según la Biblia.

La Reinaxensa (“Diari de Catalunya”, 24 de abril de 1882
Nota: os incluyo mi traducción del catalán:

En Londres ha muerto, el día 20 de este mes, a la edad de 73 años, el célebre naturalista y fisiólogo inglés Carlos Darwin. Prescindiendo de la exageración y por su mucho que sus teorías se más o menos cercanas a la verdad, cosa que nosotros no podemos ahora apreciar, ni creo que éste sea el mejor lugar para juzgarlo, lo cierto es que podemos sentir la muerte de un gran hombre y elogiar al que ha pasado toda su vida entregado con amor y fe al estudio de las leyes naturales y tantos servicios ha prestado a la ciencia.

La ciencia en la época de Darwin (III) junio 30, 2008

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Hoy en Evolución en Acción:

  • La ciencia en la época de Darwin (III)
  • La ciencia en la época de Darwin (III) junio 30, 2008

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    Las escuelas geológicas en el siglo XIX

    “Entre los varios métodos utilizados en el siglo XIX para interpretar la historia de la Tierra, dos correspondían a las escuelas geológicas más relevantes: el catastrofismo y el actualismo , con su variante el uniformitarismo. Así que el desarrollo de la geología durante la primera mitad del sigo XIX estuvo dominado por los debates entre catastrofistas y actualistas uniformitarios.

    Una idea de la importancia que tuvieron las controversias geológicas para el desarrollo del darwinismo radica en el hecho, comúnmente aceptado, de que la teoría de la evolución de Darwin fue una consecuencia de la aplicación en biología del principio de uniformidad que Charles Lyell había postulado para la geología.

    Sin embargo, la formación inicial de Darwin se llevó a cabo dentro de los límites marcados por el catastrofismo, ya que su maestro Sedgwick era un representante de esta escuela geológica, que, por otro lado, fue la doctrina dominante en Europa occidental durante las primeras décadas del siglo XIX.

    El catastrofismo geológico pretendía explicar la aparición repentina de nuevas especies en la naturaleza. En este contexto, considerar el diluvio universal bíblico como la catástrofe que había provocado cambios geológicos importantes fue para muchos naturalistas una consecuencia derivada del examen de los últimos sedimentos depositados a lo largo del tiempo en la superficie terrestre. Entre las formaciones geológicas más recientes creían encontrar pruebas que permitían pensar que, en un pasado no muy lejano, la Tierra había estado completamente cubierta por las aguas. Estos naturalistas estimaban que como de la acción natural de ríos, mares y océanos actuales no podían esperarse efectos que produjeran las señales de una inundación universal, todo parecía indicar al diluvio bíblico como la única causa que podía explicar tal cataclismo. Esto fue esgrimido como un argumento de peso que apoyaba la armonía entre los datos de las ciencias naturales y la doctrina bíblica.

    La idea de a gran importancia geológica del diluvio universal fue defendida con vehemencia por Buckland, importante geólogo que tuvo mucha influencia entre sus colegas, desde su puesto de profesor de mineralogía y geología de la Universidad de Oxford. En su Reliquiae Diluvianae (Reliquias del diluvio), aplicaba el término diluvium a los extensos depósitos superficiales de materiales geológicos, que habían sido formados por la última gran convulsión que había asolado la Tierra.


    Georges Cuvier, un naturalista defensor del catastrofismo geológico

    Algunos autores extremistas llevaron aún más lejos esta supuesta armonía y llegaron a mantener una doctrina geológica basada en el diluvio universal, como único principio universal extraído de la Biblia. Estos autores, los geólogos bíblicos, pensaban que, puesto que las ciencias se habían vuelto ateas, era necesario retornar a la lectura bíblica para interpretar la naturaleza. Su idea era que el diluvio universal era la única teoría que podía explicar la formación de todos los terrenos geológicos que contenían fósiles.

    La geología catastrofista está en buena armonía con los relatos bíblicos de la creación y el diluvio, aunque recurría a varias creaciones sucesivas para explicar la aparición en el registro fósil de seres vivos cada vez más complejos en la escala orgánica. Es decir, existía una progresión en la aparición de las clases zoológicas o grandes grupos de seres vivos, ya que primero habían aparecido los seres vivos más sencillos, luego los peces, que eran más complejos desde el punto de vista orgánico que los anteriores; más tarde los reptiles, aún más complejos, y por último los mamíferos. Esto se manifestaba a medida que se encontraban restos fósiles en terrenos geológicos más modernos. Algunos catastrofistas llevaron muy lejos esta postura, como el paleontólogo francés Alcide D´Orbigny, el primer profesor de paleontología en el Museum Nacional d´Histoire Naturelle de París. Sostuvo la existencia a lo largo de la historia de la Tierra de hasta 27 catástrofes geológicas mundiales, cada una de las cuales había ocasionado la destrucción de las respectivas faunas que vivían en el momento de los cataclismos, y que habían sido seguidas por nuevas creaciones de tipos zoológicos.

    Entre los catastrofistas fue usual apoyar la existencia en el registro fósil de una progresión orgánica, de los simple a lo complejo, fenómeno que podía ser perfectamente compatibilizado con la sucesiva creación de las clases recogidas en el relato bíblico. Por ejemplo, Sedgwick presentaba dicha progresión en la complejidad orgánica como el indicio de la potencia creadora de dios, que se manifestaba en la tendencia hacia tipos más complejos de organización, que culminaba con la aparición del hombre sobre la faz de la Tierra.

    Para valorar la importancia de las ideas geológicas en la actividad de Darwin hay que indicar que, tras el viaje alrededor del mundo, fue considerado fundamentalmente un experto geólogo, dadas las importantes cuestiones de esta disciplina que abordó en su periplo. Por ello, a su regreso a Inglaterra, y apoyado entre otros por Henslow, se vinculó y participó en las sesiones científicas de la Geological Society de Londres”.

    Francisco Pelayo: Darwin: de la evolución a la creación

    La ciencia en los tiempos de Darwin (II) junio 25, 2008

    Posted by Manuel in biologia, ciencia, divulgación científica, evolucion, geología, historia de la ciencia, origen de la vida, paleontología.
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    Hoy en Evolución en Acción:

  • La ciencia en la época de Darwin (II)